Els cursos passats en l'activitat de centre del dia del llibre vam estar treballant al voltant dels contes d'Eloy Moreno.
Front aquesta situació l'autor regala a tota aquella persona que vulga alguns dels seus contes en format pdf:
Són contes més adequats per a adults i infants de més de 7 anys però amb l'ajut i acompanyament de les famílies per llegir-los i interpretar-los pensem que pot ser un bon recurs.
Si alguna família ha descobert alguna pàgina amb llibres gratuïts i ho vol compartir amb la resta de cicle ja sabeu que únicament cal escriure un comentari al blog o al correu.
El coneixement compartit ens enriqueix a tots!
Cuideu-vos molt!!
Mestres del cicle d'Infantil.
Arián i la seua família volen compartir aquests contes amb vosaltres. Moltes gràcies per les aportacions.
ResponEliminaEL PAÍS SIN PUNTA (Cuento de Giani Rodari)
Juan Trotamundos era un viajero. Viaja que viajarás, llegó una vez a un pueblo donde las esquinas de las casas eran romas y los tejados de las mismas no acababan en punta, sino en una especie de joroba suave y divertida. Andando por la calle vio un parterre de rosas y a Juan le dio el impulso de ponerse un en el ojal. Mientras cogía la rosa, iba con cuidado de no pincharse con las espinas, pero muy pronto se dio cuenta de que aquellas espinas no tenían punta, no pinchaban, parecían de goma y hacían cosquillas en las manos.
Estaba tan entusiasmado con el descubrimiento que no adivinó la presencia de un guardia municipal que le sonreía.
-¿No sabe usted que está prohibido coger rosas?
- Lo siento, no he pensado en ello.
-En este caso pagará tan sólo media multa- dijo el guardia que, con aquella sonrisa, podría muy bien haber sido el hombrecillo de mantequilla que se había llevado Pinocho al País de los Juguetes.
Juan observó que el guardia escribía la multa con un lápiz sin punta, y de pronto dice:
- ¿Me permite ver su espada?
- Con mucho gusto- le contestó el guardia.
Y naturalmente la espada no tenía punta.
- ¿Pero qué país es éste?- preguntó Juanito
- El País sin punta- respondió el guardia con tanta amabilidad que todas sus palabras se habrían podido escribir con mayúsculas.
- ¿Cómo os las arregláis con los clavos?- preguntó Juan.
- Los hemos suprimido hace ya tiempo. Todo lo encolamos. Y ahora, por favor, deme dos bofetadas.
Juanito abrió una boca como se hubiese tragado la bola del mundo.
- ¡ Por Dios¡, no quiero acabar en la cárcel por ultrajes a la autoridad. Las dos bofetadas en todo caso sería yo quien tendría que recibirlas y no darlas.
- Pero aquí se hace así. Por una multa entera, cuatro bofetadas; por media multa, dos bofetadas.
- ¿Al guardia?
- Sí, al guardia.
- ¡Pero esto es injusto¡, ¡es terrible¡.
- Claro que es injusto y terrible. Lo es tanto - dijo el guardia- que la gente, por no verse obligada a abofetear a unos pobres inocentes, jamás incumplen una ley. Vamos señor, deme las dos bofetadas y otra vez procure fijarse más en lo que hace.
- Pero yo no quiero, ni puedo hacerlo. Si acaso le haré una caricia.
- Siendo así- contestó el guardia-, habré de acompañarle hasta la frontera.
Juanito, humillado, se vio obligado a abandonar el País sin Punta. Todavía hoy sueña con poder volver y poder vivir de forma más gentil, en una linda casita con el tejado sin punta.
Extraído y adaptado de Glanes des champú de Bouha, de Lafcadio Hearn
ResponEliminaEl incendio de los arrozales
Había una vez un viejo muy sabio, que vivía en lo alto de una montaña, allá en el Japón. Alrededor de su casa, la tierra era llana y fértil y toda cubierta de arrozales. Estos arrozales pertenecían a la gente de un pueblecito situado más abajo, entre la alta montaña y el gran mar azul. La playa era tan estrecha que apenas había sitio bastante para las casas, por cuya razón los campesinos habían hecho sus arrozales en la montaña, donde fluían numerosas fuentes.
Todas las mañanas y todas las noches, el viejo y su nietecito que vivía con él, miraban el ir y venir de la gente en la estrecha calle del pueblo y alrededor de sus casitas. Al pequeño le gustaban los arrozales porque sabía que ellos procuraban el alimento, y estaba siempre dispuesto para ayudar a su abuelo a abrir o cerrar los canales de riego y para cazar los pájaros ladrones en el tiempo de la cosecha.
Un día, el arroz estaba casi maduro y las hermosas espigas amarillas se mecían al sol, el abuelo estaba de pie ante la casa y miraba a lo lejos cuando, de pronto, vio algo muy extraño en el horizonte. Una especie de gran nube se levantó allí, como si el mar se hubiera subido hacia el cielo. El viejo se protegió la vista con sus manos y miró más fijamente; en seguida entró en la casa.
-¡Yone! ¡Yone! –gritó-. Coge un tizón de fuego y tráelo aquí.
El pequeño Yone no comprendió para qué necesitaba fuego su abuelo, pero como tenía la costumbre de obedecer, llegó corriendo con un tizón. El viejo, que ya había cogido otro, corría hacia el arrozal más próximo. Yone le seguía extrañado. Pero, cuál no fue su espanto, al ver a su abuelo lanzar el tizón encendido en el campo de arroz.
-¡Oh, abuelo! –exclamó-. ¿Qué hace?
-¡Deprisa, deprisa, echa el tuyo! ¡Prende fuego!
Yone creyó que su abuelo se había vuelto loco y se puso a llorar; pero un niño japonés obedece siempre, de manera que, aún llorando, lanzó su antorcha en medio de las espigas, y una llama roja subió sobre los rastrojos, secos y apretados. El humo negro se elevaba hasta el cielo. La llama se extendía devorando la preciosa cosecha.
Desde abajo, el pueblo vio aquel espectáculo y lanzó un grito de horror.
¡Ah! ¡Cómo corrían y trepaban todos a lo largo del sendero tortuoso! Ni uno solo quedó atrás. Hasta las madres llegaban, apresuradas, llevando a sus hijos sobre la cadera. Cuando llegaron a la planicie y vieron sus arrozales desvastados de aquella manera, gritaron con rabia:
-¿Quién ha hecho esto? ¿Cómo ha sucedido?
-He sido yo quien lo ha incendiado –respondió el viejo gravemente.
Yone sollozó:
-El abuelo lo ha incendiado.
Cuando se acercaron a ellos amenazándoles con sus puños y gritando:
-¿Por qué, por qué?
El viejo se volvió, y extendió la mano hacia el horizonte.
-Mirad hacia allí –dijo.
Extraído y adaptado de Glanes des champú de Bouha, de Lafcadio Hearn
Todos se volvieron y miraron. Y en el lugar donde el gran mar azul se extendía tranquilo unas horas antes, se levantaba ahora una espantosa muralla de agua desde la tierra hasta el cielo. No se oyó un solo grito. Aquella visión era terrible.
Unos momentos de espera… los corazones latían… y la muralla de agua rodó hacia la tierra y se abatió sobre la playa rompiéndose como un ruido espantoso contra la montaña. Una ola tras otra… no se veía más que agua; el pueblo había desaparecido.
Pero los habitantes se habían salvado. Y cuando comprendieron lo que el viejo había hecho, le rodearon de honores y cuidados, ya que gracias a su presencia de espíritu, les había salvado del maremoto.
LA TORTUGA
ResponEliminaEsta es la historia de una pequeña tortuga a la que le gustaba
jugar a solas y con sus amigos. También le gustaba mucho ver
la televisión y jugar en la calle, pero no parecía pasárselo muy
bien en la escuela.
A esa tortuga le resultaba muy difícil permanecer sentada
escuchando a su maestro. Cuando sus compañeros y compañeras
de clase le quitaban el lápiz o la empujaban, nuestra tortuguita
se enfadaba tanto que no tardaba en pelearse o en insultarles
hasta el punto de que luego la excluían de sus juegos.
La tortuguita estaba muy molesta. Estaba furiosa, confundida y
triste porque no podía controlarse y no sabía como resolver el
problema. Cierto día se encontró con una vieja tortuga sabia que
tenía trescientos años y vivía al otro lado del pueblo. Entonces le
preguntó:
-¿Qué es lo que puedo hacer? La escuela no me gusta. No puedo
portarme bien y, por más que lo intento, nunca lo consigo.
Entonces la anciana tortuga le respondió:
-La solución a este problema está en ti misma. Cuando te sientas
muy contrariada o enfadada y no puedas controlarte, métete
dentro de tu caparazón (encerrar una mano en el puño de la
otra y ocultando el pulgar como si fuera la cabeza de una
tortuga replegándose en su concha). Ahí dentro podrás calmarte.
Cuando yo me escondo en mi caparazón hago tres cosas. En
primer lugar, me digo – Alto - luego respiro profundamente una
o más veces si así lo necesito y, por último, me digo a mi misma
cuál es el problema.
A continuación las dos practicaron juntas varias veces hasta
que nuestra tortuga dijo que estaba deseando que llegara el
momento de volver a clase para probar su eficacia.
Al día siguiente, la tortuguita estaba en clase cuando otro niño
empezó a molestarla y, apenas comenzó a sentir el surgimiento
de la ira en su interior, que sus manos empezaban a calentarse
y que se aceleraba el ritmo de su corazón, recordó lo que le había
dicho su vieja amiga, se replegó en su interior, donde podía estar
tranquila sin que nadie la molestase y pensó en lo que tenía que
hacer. Después de respirar profundamente varias veces, salió
nuevamente de su caparazón y vio que su maestro estaba
sonriéndole.
Nuestra tortuga practicó una y otra vez. A veces lo conseguía y
otras no, pero, poco a poco, el hecho de replegarse dentro de su
concha fue ayudándole a controlarse. Ahora que ya ha aprendido
tiene más amigos y amigas y disfruta mucho yendo a la escuela.